Gente loca Vol. I
El personaje me posee. Está claro, porque si no, no me lo explico. Mucha gente se pregunta y me pregunta si todo lo que se cuenta en el blog es verdad. Si me han pasado todas ésas cosas. Y yo no me canso de decir que son todas ciertas, aunque parezcan mentira. Y ahora, me veo en la obligación de contar lo que acaba de pasarme, que viene muy bien así en general, para saber que nuestra sociedad está mal de la cabeza. Pero mal, mal.
Iba yo paseando a mi perro. Ajena a mi alrededor, he entrado en un bar, he comprado tabaco y me he encendido un cigarro mientras volvía a casa pensando "Ha vuelto a subir, vaya lata, quien te manda fumar, quien te manda volver a fumar, si eres pobre cual rata, tú y tus vicios, ya lo decía..." Total. Estando ya en el portal de mi propio hogar, alguien me interrumpe en la búsqueda de la llave, que se había enganchado con los auriculares y con un boli que siempre llevo para recogerme el pelo. Alguien me interrumpe y dice: "Hola, ¿puedo hacerte una pregunta?"
Ajena aún, me giro y veo un maromo de unos dos metros y medio, con cara de susto, aspecto y acento somalí o alrededores. Mi perro se sienta a su lado porque es un traidor muchas veces. He fracasado en su educación y punto.Total que digo: "¿Cuál?"
Y empieza a decir que me ha visto más veces paseando al perro. Que se imagina que debo ser buena persona, que sabe que vivo ahí y que llevaba cierto tiempo pensando hacerme una pregunta. A lo que he respondido, menos ajena ya, "¿Cuál?". Y ya ha sido cuando me ha contestado: "¿Quieres casarte conmigo?" Al principio me ha dado un ataque de risa, porque pensé que lo del idioma le había traicionado. Pero el caso es que se ha quedado serio y me ha vuelto a preguntar lo mismo otra vez. Y después ha dicho algo así como: "No te rías y dame una respuesta". En fin. He tenido que decir que no. Me he defendido diciendo que no podia imaginarse que yo era buena persona sólo porque paseara a un perro traidor. Que más que una mujer yo era un ovillo. Que me halagaba bastante haber salido a pasear al perro sin ninguna expectativa y volver a casa con una propuesta de matrimonio. Que gracias, pero no. Que gracias, pero que mi marido padecía gigantismo y trabajaba haciendo espectáculos en el circo del sol, que me esperaba en casa junto a mis cinco hijos, todos de su mismo tamaño, jugadores de baloncesto.
Y entonces ya se ha ido, no sin antes recordarme, que aunque no quisiera casarme con él podíamos tomar un día un café.
He recordado algo. Un momento de ésos que se le pasan a uno por la cabeza. De otra vez que me pidieron casarme. Era una marisquería, creo. En un bar. Alguien levantó una copa de vino blanco y dijo: "Nos vamos a casar". Y todos los que estaban en la mesa sonrieron y me miraron, esperando que yo dijera algo. Esperando que dijera lo que ellos querían oír. He recordado cómo salió de mi boca un "sí", que se quedó colgado en la barbilla y se cayó a mi plato. Y he vuelto a ver las caras de todo el mundo y su alegría. Sus felicitaciones sus abrazos. Y atrapada en mi estómago, he recordado la palabra que quise decir realmente y no pude.
Jamás.
He tenido que alegrarme de ser un ovillo más que una mujer.