Un lunes

Publicado en por Madame Desamor

Los domingos uno no puede dormir. Yo no puedo dormir. Bien sea porque el vecino de abajo ve Cuarto Milenio a un volumen descompensado, porque el pequeño diablillo interior pide levantarse a coger un cigarro para ver volar los humos por la ventana, o porque las sábanas tendidas en el patio se mueven despacito. Primero para la izquierda y luego a la derecha.

 

Así que los lunes son días de levantarse temprano. De odiar la escasa capacidad de concentración que se consigue, de echar de menos cosas que uno tenía antes y ya no. Como por ejemplo algo. O como por ejemplo a alguien.

 

Desde luego cuando uno se va haciendo viejo termina por convertise en un cobarde. Creo que es por la energía. En lo que antes podíamos vaciar de sangre todo el cuerpo, rellenarlo y seguir adelante, ahora se va haciendo cuesta arriba. Hay cada día menos fortaleza, menos esfuerzo de recuperación, menos empuje. Y cada vez más blanco en el pelo. Encrespado y despeinado pelo.

 

Cuesta también más el tabaco, a la hora de subir las escaleras y duele la espalda si no apoyamos bien la cabeza por la noche. Se agarrotan los órganos vitales y va creciendo el miedo, absurdo por otra parte, de que nos vuelvan a pasar cosas por las que hemos pasado y creemos que no podremos volver a pasar.

 

Eso es hacerse viejo. Y así hasta que llega un día en que a uno se le cuelga una señora de la espalda y susurra que es la muerte y viene a por nosotros. Nos lleva y dejamos aquí un espacio, un sinsentido, que ya llenará un programa de la tele o un perro de ésos que acompañan a los ciegos por la calle. Que no significa nada y de nada se llena.

 

Y un día cualquiera, que puede ser lunes, pero los miércoles también son propensos,  uno se acuerda de algo que tuvo y ya no tiene. Que podría ser simplemente una risa contagiosa o un escribir que le gustase a todo el mundo. Una serie de pinchazos en el cerebro que le hacían ser creativo, que le hacían ser positivo. Y es que uno cuando se va haciendo viejo, necesita otras cosas. Como por ejemplo el sucio, manoseado, aceitoso y pringoso dinero.

 

Uno dibuja con prisa en un papel un mapa vital. De donde estuvo, por donde pasó y cómo salió corriendo de lugares y personas, sin mirar mucho hacia atrás. Y se da cuenta de que siempre fue un cobarde y que se pasó la vida huyendo. Y si mira un poco alrededor y le faltan cosas o personas, no le faltan. Se perdieron, se patearon o se dejaron fuera de la nevera pudriéndose como un pollo de antes de ayer.

 

Así que no es madurar la nostalgia. No es madurar el miedo.

 

Si miro lo que tengo ahora y no tenía, desde luego me sobran rizos y cervezas y abrazos y más cosas. Tengo perro y patios interiores y vecinos que me espían y observan elevando mi autoestima al despertarme. 

 

ss Y entonces ¿qué te molesta tanto?

 

Será que además de hacerme vieja y tostarme los pulmones al subir las escaleras, soy escandalosamente pobre.

 

Eso será, con perdón, lo que me jode, así a lunes después de madrugar.

Etiquetado en Auto Cuestiones

Para estar informado de los últimos artículos, suscríbase:
Comentar este post
F
<br /> Qué severidad, madame. Casi asusta. Yo no comparto la idea de que madurar o envejecer impliquen obligatoriamente el hundimiento en el pozo de la cobardía. Me encantaba un personaje de 'Por quién<br /> doblan las campanas', un anciano setentón que luchaba en el frente de la Guerra Civil junto al resto de milicianos y que, de hecho, moría combatiendo.<br /> <br /> Ese personaje, casi terciario en la trama, me dio entonces mucho que pensar porque su mensaje no es otro que el principio de que nunca es demasiado tarde para luchar por tener algo mejor. Así que<br /> don't give up!! Las canas y las arrugas nos colonizan inexorablemente, pero creo que siempre hay que intentar conservar algo, cualquier cosa, del niño o niñato que uno ha sido, porque de vez en<br /> cuando es necesario una niñatada, no? Muchos ánimos!!!!<br /> <br /> <br />
Responder